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Ron Havilio
Potosi, el tiempo del viaje
Fragments - Jerusalem


En 1970, luego de su casamiento en Buenos Aires, Ron et Jacqueline toman la ruta de los Andes para llegar a Cuzco y al Machu Picchu, las cumbres de la civilización Inca. Provistos de sus mochilas y de dos cámaras de foto, atraviesan Bolivia, y descubren la ciudad de Potosí. Las fotos en blanco y negro que traen de vuelta, y el recuerdo de aquel primer viaje, vivido cuando tenían 20 años, constituyen el primer tramo de la película.

29 años más tarde , en 1999, hacen un nuevo viaje, de Buenos Aires a Potosí, siguiendo el itinerario de 1970. Van acompañados de sus 3 hijas. Naomi (19 años) graba el sonido. Yael (21 años) es fotógrafa. Noa (24 años), estudiante de arquitectura, se une a la familia durante el viaje. Ron filma el viaje con una cámara súper 16 mm.

Una estadía prolongada en Potosí constituye lo esencial de este nuevo viaje, cuya cronología, día a día, forma el eje central de la película.

Potosí, a 4100 metros de altura, era hace tiempo la mina de plata más grande del mundo. Principal fuente de riqueza del Imperio español, la plata de Potosí, convertida en medida monetaria mundial, servía de combustible al capitalismo naciente.

Una arquitectura barroca suntuosa y un tren de vida exorbitante se codeaban con el más grande desamparo. Para los millones de indígenas de los andes, forzados a trabajar en las profundidades de la mina, en condiciones aterradoras, Potosí era la puerta del Infierno. Una vez agotadas las minas de plata, Potosí fue dejada de lado, pobre y olvidada.

A través de una serie de encuentros, la película construye el retrato de una ciudad y de sus habitantes. Un retrato especialmente conmovedor por inscribirse en la dimensión temporal, marcado por el paso del tiempo que separa los dos viajes.

La memoria del antiguo viaje es fragmentaria, muda y fantasmal, una realidad lejana fijada en blanco y negro. En contrapartida, el relato del nuevo viaje es en vivo, sonoro, filmado en colores y en movimiento, minuciosamente y fielmente reconstruido en el montaje, con ese espíritu de observación de la realidad que inspiraba tiempo atrás a los pintores y a los fotógrafos.

El paso del tiempo también dibuja el retrato de una familia israelí de viaje, con la brecha generacional y el cuestionamiento de los lazos que unen a los padres 29 años después de su viaje de bodas como telón de fondo. Es el tercer eje de la película, el de la introspección... su costado “home movie”.

Por último, está la materia con la cual está hecha la película, las imágenes y los sonidos, que le dan su forma particular. El paso de la fotografía a la cinematografía, del mudo al sonoro, desencadena una reflexión acerca del poder de las imágenes y de los sonidos para traducir las vivencias del viaje.